Desayuno de Paz No. 7 de 2016

Diversidad cultural, democracia y construcción de paz

Conversación entre Gwen Burnyeat (Universidad Nacional) y

Vivian Martínez (Universidad de los Andes)

Bogotá, Marzo 5

Concepto de diversidad

Vivian se sitúa como una mujer atravesada por experiencias históricas diversas y se identifica como feminista, mestiza, socialista y latinoamericana. También se asume como una mujer heredera de múltiples desigualdades, violencias y opresiones a las que resiste en su cotidianidad. Sus investigaciones se centran en las formas como la categoría mujer/es es construída cultural y políticamente por el Estado colombiano y los pueblos indígenas. Esto la ha llevado a analizar el rol de la Constitución de 1991 en el reconocimiento de la diversidad cultural, el gobierno indígena y la participación de las mujeres dentro éste en contextos rurales y municipales. Ha trabajado específicamente con los pueblos Kichwas-Otavalo de Ecuador y Bogotá, e Ingas del Putumayo.

Vivian empezó a trabajar el tema de diversidad en el 2005 cuando se vinculó con el grupo de investigación “Relaciones Interétnicas y Minorías Culturales” de la Universidad Nacional. Desde allí hacían un seguimiento a las consecuencias de la Constitución de 1991, primera Carta en reconocer la diversidad cultural y pluriétnica de la nación, que otorgó derechos especiales a los pueblos indígenas y a las comunidades afrodescendientes. Este reconocimiento no ha sido del todo universal para las comunidades, aunque está en proceso de constante evolución. Dentro de este grupo, ella se posiciona dentro del feminismo y empieza a orientar su trabajo investigativo hacia un concepto de diversidad cultural radical que permita superar las desigualdades, crear democracia verdaderamente incluyente y construir paz duradera.

Para Vivian la diversidad no debe entenderse sólo en relación con pueblos indígenas y afrodescendientes, pues se aplica a todas y todos. Es importante que la administración pública y las instituciones que crean las políticas públicas para indígenas, afrodescendientes, mujeres, LGBTI, entre otros, reconozcan que la identidad de las personas se construye sobre la intersección, siempre compleja y localizada, de categorías de raza, sexo, etnia, clase, género, religión, entre otras. Por esta razón, es necesario que el proceso de paz se enmarque en la complejidad de la diversidad.

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La mirada desde la antropología

Gwen llegó a Colombia hace seis años como observadora internacional del conflicto armado en Urabá, en donde trabajó con la Comunidad de Paz de San José de Apartadó. Después de dos años en Urabá quiso seguir aprendiendo sobre Colombia, y se trasladó a Bogotá a la Universidad Nacional. Ha observado la gran distancia entre la visión del sector humanitario en los territorios y la clase media de las ciudades. Para ella uno de los retos es que las diferentes realidades de los colombianos se compartan con el fin de conocer y reconocer lo que ve y vive el otro, para entender que no hay comunidades ni personas más importantes que otras, y valorar las diferencias.

Gwen destaca cómo desde la antropología se hace el ejercicio de ponerse en los zapatos del otro, sin prejuzgar, para comprender otros puntos de vista y experiencias de vida. Esta es una mirada necesaria para el posconflicto, pues está relacionada con la tolerancia y la aceptación, entendiendo que la diversidad también somos todos.

Como parte de su apuesta antropológica, hoy en día, está realizando la producción del documental Chocolate de Paz, con el que busca acercar la compleja historia de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó a las vidas de sectores urbanos.

Dos miradas sobre el conflicto

Se plantean dos preguntas: 1) ¿qué están pensando las comunidades alejadas y qué es lo que hay en su experiencia que nutre su percepción? 2) ¿Qué implicaciones pueden llegar a tener para ellas los acuerdos de La Habana en sus territorios?

Trayectorias y experiencias de vida de mujeres ingas de Santiago

Al indagar frente al proceso de paz, la diversidad, y las mujeres indígenas con comunidades como Santiago, Vivian ha notado que no hay un interés aparente por el proceso de paz. Si bien, algunos ingas recuerdan experiencias como el paro armado de 1998 en el Valle de Sibundoy, episodios de enfrentamientos de guerrillas y reclutamientos forzados, ven que los actores armados nunca confrontaron directamente a las comunidades indígenas sino a los terratenientes y colonos, razón por la cual no ven una afectación directa del conflicto armado en ellos. De igual modo, varios indígenas ingas consideran que no deben opinar sobre el tema porque no son expertos, y como no son expertos, la sociedad colombiana no los ha llamado a opinar ni a hacerse escuchar.

A la comunidad de Santiago le preocupa los acuerdos y concesiones económicas que se están haciendo en el Cerro de Patascoy y en otros territorios, por considerarlos contrarios a un ideario de construcción de paz cimentado en la confianza entre los pueblos indígenas y el Estado. Por este motivo, los pueblos indígenas piden que las propuestas de paz territorial que involucran a sus territorios sean consultadas previamente con los miembros de las comunidades de acuerdo al respeto por sus derechos colectivos.

Las mujeres indígenas colombianas han venido haciendo parte de iniciativas para fortalecer su autonomía y sus capacidades de liderazgo como escuelas de formación, diplomados y cursos. Estas iniciativas buscan darles herramientas para afrontar dentro de la legalidad y la institucionalidad las violencias heredadas de su pasado colonial, las violencias que aún están presentes en sus comunidades, y las que surgen en el marco del conflicto armado. Gracias a estas iniciativas, las mujeres indígenas se han preparado para asumir la construcción de una paz fundada en la diversidad cultural y en sus cosmovisiones, y aportar con sus iniciativas a un proceso de justicia transicional.

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La Comunidad de Paz de San José de Apartadó

Es una comunidad de campesinos que viven en la serranía de Abibe, Urabá. En 1997, se declararon neutrales frente al conflicto, posición que ha evolucionado hoy, con prácticas de vida y trabajo comunitario que va mucho más allá de la neutralidad. Históricamente, han sufrido todas las formas de violencia ejercida por los diferentes actores del conflicto, y según dicen, sobre todo por parte del Estado y los paramilitares,[1] por lo que tienen una posición muy escéptica frente al Estado, que los ha llevado a lo que ellos llaman una “ruptura” con éste.

En su postura frente al proceso de paz se refleja esta desconfianza, que se profundiza porque el Ejército sigue teniendo un discurso que los estigmatiza (al decir, por ejemplo, en la radio local que son guerrilleros o simpatizantes de la guerrilla). Por otra parte, temen que el fin del conflicto desvíe la mirada internacional que actualmente fortalece la protección de los derechos humanos, permitiendo así que se continúe el despojo de tierras en pro del capital y las multinacionales, dentro de un marco de legalidad.

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Reflexiones finales

Es importante que el proceso de paz fortalezca y promueva el diálogo intercultural para la justicia, la inclusión social y la construcción de paz, que comprenda los territorios y sus necesidades específicas. Este proceso necesita de cambios en cultura política que permita crear políticas con enfoque territorial, que posibiliten el acceso integral a la tierra. Además, es importante construir Estado en las regiones con una cara civil, que valore los procesos y trayectorias propias. Así, se podrá pensar en un proyecto de país incluyente.

[1] El paramilitarismos para ellos es un fenómeno que no se acabó sino que evolucionó. En esa zona todavía hay muchos grupos o personas que aún se autodenominan paramilitares.