Tertulia de Reconciliación y Paz
Invitado: Juan Carlos Moyano, Director del Grupo de Teatro Tierra
Tema: El treatro y los retos para la construcción de paz
29 de octubre de 2015
Juan Carlos agradece la invitación a conversar destacando que, en este mundo determinado por las comunicaciones, el hablar mirándose a los ojos parece haberse relegado a un segundo plano. Nos cuenta que se dedica desde hace 40 años al teatro y la literatura y que el conflicto armado del país lo ha tocado con distintas intensidades desde su niñez: su madre campesina fue víctima de desplazamiento forzado en una zona esmeraldera de Boyacá donde la violencia era cotidiana, al punto de que era común la expresión “aquí trancamos las puertas con muertos y calentamos el tinto a balazos.”
Expresa que el teatro apela a épocas pasadas donde las relaciones de los seres humanos se propiciaban en el juego de la representación dramática, logrando una ilusión de libertad. El teatro ha logrado impactar la vida de muchos colombianos que, aún en condición de víctimas del conflicto armado, se han dejado atrapar por las tablas en un intento de establecer una ruptura con ese cordón umbilical de violencia que les ha condicionado la existencia.
Conociendo el país a través del teatro
Desde su época de juventud, Juan Carlos empezó a recorrer el país haciendo teatro, visitando de manera especial aquellas zonas más intensamente trastornadas por la guerra. Entre su quehacer teatral y sus viajes, fue apropiando la historia como esos hechos cotidianos que signan la humanidad, más allá del mero acontecimiento heroico que enseña la institucionalidad.
Ha visitado lugares de Colombia donde la vida no vale nada o vale muy poco. Ha recorrido con sus escenografías desde la Guajira hasta Nariño, desde Providencia hasta el Amazonas, desde el Chocó, Buenaventura y Tumaco hasta la Orinoquia y la selva, siempre compartiendo con el alma de la gente, permitiendo que la memoria no sucumba en la amnesia establecida. Recorrió el Magdalena Medio y fue testigo de los cadáveres flotando en el río Magdalena, “el cementerio fluvial más grande de la tierra,” y de mujeres remendando cadáveres para velar a sus propios difuntos en el cuerpo múltiple de otros. En esta zona del país, como muchas otras, la gente ha resistido y sobrevivido también gracias al arte.
Su teatro ha sido desarrollado para que la gente y las comunidades se puedan expresar y afirmen su identidad. Entre muchas experiencias, cuenta cuando viajó a Providencia a montar “La Isla del tesoro”, proyecto que requería actores hombres, pero al encontrar que contaba únicamente con mujeres, realizó “La isla de las mujeres”. Esas mujeres solas, vivían la tragedia de tener que responder por sus hijos, la comida, el sostenimiento de la lengua y la cultura, afrontar la soledad. La ausencia de los hombres se debía a que muchos estaban en las cárceles de la Florida, el Golfo de México o Centroamérica porque la falta de oportunidades los había involucrado en el negocio de transporte de cocaína.
En una referencia literaria evoca a Antígona, ese personaje que se rebela contra el tirano porque no puede enterrar a su hermano muerto en la guerra. Y esto no es lejano, pues ocurre en el Cauca, Putumayo y el Urabá antioqueño, por mencionar algunas zonas, donde habitan miles de Antígonas reclamando la dignidad de sus difuntos, de sus desaparecidos y de la vida.
Teatro, conflicto y construcción de paz
Su experiencia teatral en relación con el conflicto se ve plasmada en varios de sus proyectos, entre ellos La memoria del Viento, un montaje que realizó en el Guaviare con la participación de 80 reinsertados de la guerrilla y paramilitares. También es memorable su adaptación de Los Ejércitos, la novela de Evelio Rosero, donde responde a la necesidad de mirar la historia con honestidad. Esa obra, presentada en zonas como Timbiquí, Paz de Ariporo, Belén de los Andaquíes y Salahonda, entre otras, no es más que la mirada de la población civil acerca del conflicto armado. Así vemos cómo el verdadero teatro de los acontecimientos es la vida de cada uno.
El fin del conflicto armado lo están negociando unos protagonistas que no han sido víctimas de esta guerra manchada de odios y retaliaciones. En consecuencia, afirma, la paz puede realizarse es desde lo cotidiano, donde el teatro puede ser una herramienta que reconforte y abra posibilidades; sin embargo esto de ninguna manera constituye una solución de fondo, debido a que el arte no ha logrado la relevancia que merece dentro de nuestra cultura. Además, el teatro no deja de ser ficción y la realidad en Colombia es que no es raro ver todavía escuadrones de paramilitares llevando en primera línea al radio-comunicador y las motosierras, como si fueran emblemas de guerra.
Esta visión crítica de cómo se está negociando en La Habana genera algunas reacciones. Un participante plantea que pese a todo este panorama, el paso hacia la firma del acuerdo en la Habana es significativo, lo mismo que el espacio que se les ha abierto a las víctimas para que participen del proceso, que aunque aún es un paso inicial, es algo inédito. También comenta que aunque la firma de la paz es un acto protocolario, es muy significativo, y que un reto para los colombianos tiene que ver con cómo se están apropiando del proceso desde lo cotidiano. Explica que precisamente ese el aporte de Rodeemos el Diálogo, que desde un acto tan sencillo como conversar y abrirse a una multiplicidad de puntos de vista, ha logrado resonancia positiva en la sociedad, al convocar cada vez más participantes, y crecer en reconocimiento y apoyo. En este sentido, el teatro también es o puede ser una herramienta para mantener la esperanza. Desde su lectura el teatro ayudar a superar los miedos de los que no hablan ciertos sectores de la sociedad colombiana, contribuyendo así a la construcción de paz.
Teatro: Acción, Reacción, Transformación
Juan Carlos hace referencia a una declaración hecha en el Festival de Poesía de Medellín diciendo que el cese al fuego en Colombia no debe ser unilateral ni bilateral, sino multilateral porque nos involucra a todos. En este sentido, nos habla de cómo su metodología propone una dinámica de acción-creación-transformación, y por lo tanto su propósito al hacer teatro es perturbar a la gente, no divertirla; su intención no es que la gente se olvide de la realidad sino que la sienta y la transforme desde su día a día y pueda ejercer su derecho a soñar.
Un participante comenta su cercanía con el Teatro del Oprimido y pregunta si en efecto es viable para sanar la violencia del país. Juan Carlos explica que este tipo de teatro surgió en Brasil como una respuesta política de sectores teatrales ante la dictadura militar. En Colombia este tipo de teatralidad se hizo desde el sentimiento de las comunidades, aunque hoy en día se ha desviado un poco a la consecución de recursos económicos ofrecidos por el Estado o por algunas ONG, desvirtuando su razón de ser.
En conclusión, el anhelo de paz en el país sigue resultando complejo porque la guerra ha signado el corazón de muchos, dejando ecos que no son tan fáciles de desheredar, desapropiar, olvidar. Quedan en el ambiente muchas inquietudes respecto a los impactos de la guerra y el aporte del teatro a la construcción de paz, visiones que en ciertos sentidos se atraen y se rechazan. Sin embargo, el diálogo en sí mismo sugiere eso, y por eso esta tertulia resultó transformadora y valiosa.