(Re)conciliar un proyecto nacional: una necesidad histórica

Por: Sergio David Pinilla

Este 7 de agosto de 2017 cumplimos 198 años de la histórica batalla del Puente de Boyacá, cuando Simón Bolívar, junto con el heterogéneo ejército libertador, consumaban el proyecto de descolonización de la Nueva Granada, después de nueve años de violentos enfrentamientos y luchas internas por el poder, entre realistas y republicanos, y entre centralistas y federalistas. Un par de años después de esta icónica batalla, los mismos próceres que nos dieron la independencia establecieron un congreso en la ciudad de Cúcuta para redactar la constitución de la primera República de Colombia con el objetivo de “establecer una forma de Gobierno que les afiance los bienes de su libertad, seguridad, propiedad e igualdad -a los colombianos-” y con la esperanza de establecer un país incluyente y en paz que les garantizara la prosperidad a sus habitantes.

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Pero tristemente ese sueño no duró mucho: en la década subsiguiente Venezuela y Ecuador se separaron de la Gran Colombia, y pasada otra década más, inició otra guerra civil, la Guerra de los Supremos, entre el gobierno central y unos caudillos del sur. En el siglo XX, inicialmente se vivió la Guerra de los Mil Días entre Conservadores y Liberales; después, con el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, se dio paso a La Violencia, para finalmente llegar al conflicto armado que involucró a guerrillas como las FARC y a grupos paramilitares como las AUC. Este ha sido un ciclo constante en la historia de nuestro país: al terminar una guerra civil se sientan las bases para la siguiente, cinco o diez años después.

Ahora, ¿Qué implica esto? ¿Qué tienen que ver la Guerra de los Supremos o la Guerra de los Mil Días, conflictos de hace más de cien años, con la Reconciliación y el Perdón?

es fundamental que la sociedad civil adopte un rol participativo y se organice para que, mediante actividades tanto individuales como grupales, se generen procesos de (re)conciliación y perdón, que vayan limando asperezas y construyendo lazos entre distintas agrupaciones sociales

El impresionante número de conflictos armados internos que hemos vivido durante toda nuestra historia republicana muestran una situación preocupante y estructural de polarización y violencia a lo largo de toda nuestra vida como nación independiente, causada por caudillismos y dogmas ideológicos que nunca han dado espacio para que los colombianos podamos conciliarnos alrededor de un contrato social y de una ética común. Por eso, no es ninguna novedad histórica que nuestra gente se divida en dos grupos sociales con objetivos antagónicos, y que ambos grupos estén dispuestos a hacer cualquier cosa: calumniar, mentir, corromper, hasta torturar y asesinar -como en La Violencia- para derrotar al bando opuesto. Lo cual se evidenció en mayor o menor medida durante la campaña del plebiscito, tanto en la colectividad del Si como en la del No.

Además, esta realidad histórica también demanda una nueva visión y proyección por parte de las generaciones más jóvenes, que nos permita como sociedad dejar de enfocarnos tanto en los eventos y en las personalidades que ya tuvieron su momento. Porque, actualmente hay muchas agrupaciones políticas y sociales que buscan justamente reivindicar incondicionalmente a individuos o a sucesos, como a Simón Bolívar, a Álvaro Uribe, a Luis Carlos Galán, o al Acuerdo de La Habana, cuando lo más importante es, tomar las cosas a resaltar de cada uno, aprender de los errores de todos y trabajar en conjunto por un mismo proyecto nacional, incluyente, que permita el diálogo, la crítica y la reflexión.

De lo contrario, seguiremos en el mismo camino de violencia, desprestigio y polarización, que ha frenado el desarrollo de este país y ha impedido la construcción de un tejido social durante aproximadamente dos siglos, a pesar de sus incontables riquezas naturales y de su ubicación estratégica.

Por esta razón, es fundamental que la sociedad civil adopte un rol participativo y se organice para que, mediante actividades tanto individuales como grupales, se generen procesos de (re)conciliación y perdón, que vayan limando asperezas y construyendo lazos entre distintas agrupaciones sociales que se han visto distanciadas por eventos históricos de violencia y polarización.

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En este orden de ideas, hay que resaltar que el 30 de agosto varias organizaciones sociales vamos a estar involucradas en la Jornada Nacional por la Reconciliación y el Perdón, así que Rodeemos el Diálogo junto con “Todos por la Educación” y la Federación de Estudiantes Universitarios, estaremos realizando actividades por todo el país en pro de cambiar la dinámica históricamente violenta de interacción social de los colombianos.

Aun así, este debe ser sólo el inicio de un proceso más largo y estructural dentro de Colombia, un proceso que trascienda la reconciliación limitada a la polarización que vivimos durante el proceso de paz y el plebiscito, ya que en este país no podemos siquiera hablar de (re)conciliación, pues durante nuestra historia nunca hemos estado conciliados socialmente. Entonces, el verdadero reto de la paz y de la conciliación en Colombia será lograr establecer un proyecto nacional, un propósito compartido por todos nosotros como nación.

Perdonar es el próximo paso en la construcción de paz

Por: Sofía Porto

No es difícil notar que Colombia está en medio de una de las transformaciones más grandes de su historia. Tras más de medio siglo de guerra y gracias a múltiples esfuerzos de diferentes sectores de la sociedad, la terminación del conflicto armado entre el Gobierno y las FARC-EP es ahora una realidad y por primera vez en muchos años la paz en Colombia ha logrado salir del plano imaginario y con ello posicionarse como una meta alcanzable por la que todos debemos trabajar. Sin embargo, a pesar del trabajo que muchos realizan en pro de la construcción de paz, no es un secreto que el país se encuentra inmerso en un ambiente de polarización e indiferencia.

El país está dividido, se ha perdido el respeto por las ideas y posturas del otro, hemos visto desaparecer -tanto en el ejercicio de la política como en nuestra cotidianidad- espacios de diálogo y debate en el que quien no comparta mis ideas no se convierta en mi enemigo. La poca tolerancia frente al otro y sus posturas se ha convertido en uno de los principales obstáculos para la construcción de paz, impidiendo el avance de nuestro país hacia un futuro distinto, uno en el que la cohesión sea protagonista.

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(Fuente: http://www.eltiempo.com/multimedia/fotos/procesodepaz2/marchas-por-la-paz-en-colombia/16719333)

En el camino hacia la paz de Colombia aún existen personas llenas de resentimiento, odio y desconfianza, por lo que el perdón toma un papel determinante como proceso individual y colectivo en el que los sujetos se tienen que confrontar, frente a sí mismos y su entorno, con sus propias experiencias, vivencias e historias, sobreponiéndose a emociones de odio, ira y rencor. Dado que el perdón no es un acto que se logra a partir del olvido, perdonar supone un trabajo sobre las emociones y actitudes de resentimiento. Es a través del perdón que lograremos regenerar el tejido social y los lazos de confianza y afecto rotos tras más de cincuenta años de guerra.

El perdón es un proceso que viene acompañado de pequeñas acciones, del reconocimiento de nuestros errores y del daño que le hemos podido ocasionar a quienes nos rodean. Al momento de perdonar, abrimos paso a la reconstrucción de la confianza que hemos perdido, abrimos paso a la reconciliación, que se hace necesaria en un país que está en plena construcción de un futuro distinto.

La poca tolerancia frente al otro y sus posturas se ha convertido en uno de los principales obstáculos para la construcción de paz, impidiendo el avance de nuestro país hacia un futuro distinto, uno en el que la cohesión sea protagonista.

Es el momento de empezar a sanar y reconocer la humanidad en el otro para así lograr restablecer los vínculos que se fueron deteriorando debido a nuestros bajos niveles de respeto, escucha y tolerancia. El perdón es necesario en los procesos de reconciliación. En palabras de Andrei Gómez-Suárez: “La gramática de la reconciliación nos permite dejar de recrear la realidad en blanco y negro. Identificar los matices nos enriquece y transforma nuestra experiencia del presente”. Y esta es precisamente una de las razones por las que la reconciliación se ha convertido en una de las metas más importantes y trascendentes en el momento histórico que vive Colombia. Meta que solamente será posible alcanzar si estamos dispuestos a perdonar.

Teniendo en cuenta que las heridas no se sanan solamente en una mesa de negociaciones ni son únicamente ocasionadas por un conflicto armado, es pertinente afirmar que el asunto del perdón nos compete a todos desde nuestra cotidianidad. Para aportar a la construcción de paz en Colombia, son importantes los pequeños actos de perdón y reconstrucción de vínculos. De esta idea nace la Jornada Nacional por la Reconciliación y el Perdón, una iniciativa liderada por jóvenes preocupados por el futuro de Colombia y convencidos de que es precisamente desde la juventud que lograremos sensibilizar a una nación marcada por la guerra. Este 30 de agosto a las 12 del día, diferentes instituciones educativas suspenderán las actividades que normalmente llevan a cabo para dar paso a esta jornada, un espacio que a través de actos simbólicos, de reflexión y sensibilización, busca sembrar las semillas de la reconciliación nacional.

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La invitación a participar de esta jornada -que cada vez cuenta con el apoyo de más personajes y organizaciones, como el educador Julián de Zubiría, el movimiento “Todos por la Educación” y Rodeemos el Dialogo (ReD) se extiende a toda la sociedad civil para que este 30 de Agosto, a través de gestos masivos de perdón y afecto, demostremos que la paz y reconciliación si son posibles en Colombia.

Tertulia de Reconciliación No. 4

Invitado: Alfredo Molano Bravo

Tema: Reconciliación e implementación de los acuerdos de la Habana

20 de junio

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Abriendo la tertulia, a Alfredo Molano se le pregunta sobre las razones de la prolongación del conflicto armado en Colombia. Su respuesta es sencilla: la principal causa es la exclusión sistemática de un sector político, como ocurrió en la Guerra de los Mil Días. Para ilustrar su respuesta, Molano hace un recuento de la situación política, social y económica del país desde esa guerra, a lo largo del Siglo XX, hasta hoy.

En 1920, las características del conflicto cambiaron: ya no es un conflicto entre dos partidos, sino que adquiere un elemento adicional: la importancia de las inversiones de Estados Unidos en petróleo y banano. Son conocidas las huelgas petroleras y bananeras.

La Republica Liberal: antecedentes a La Violencia

A partir de los años 30, la fragmentación y las tensiones se acentuaron aún más por dos hechos principales: el surgimiento del comunismo, liderado desde Moscú, y la caída de la Bolsa de Nueva York, que tuvo repercusiones catastróficas en los mercados del resto del mundo (dando inicio al período conocido como la Gran Depresión). Esos dos eventos, sumados al apoyo de la Iglesia Católica en Colombia a la candidatura presidencial primero de Valencia y después de Vásquez Cobo, llevaron a la división del partido Conservador y a su derrota en las elecciones. Sube entonces a la presidencia en 1930 Olaya Herrera, del partido Liberal, con un programa de cogobierno con el partido Conservador. Sin embargo, se presenta un primer asomo de lo que llevaría a generar la Violencia de los años 50.

Durante este periodo, el presidente nombraba a los gobernadores, los gobernadores a los alcaldes y los alcaldes a la policía; gran parte de las fuerzas armadas estaban bajo el control de la presidencia, en ese momento de los Liberales. Algunos historiadores dicen que los Conservadores se opusieron, principalmente en Boyacá y Santander, usando resistencia armada. Otros dicen que el gobierno Liberal reprimió a los Conservadores. Lo cierto es que hubo muertos en la contienda electoral. Durante la República Liberal, que comienza en 1930, la policía tenía entre sus efectivos más Liberales que Conservadores, mientras que el ejército, que venía de la Guerra de los Mil Días, y que luego había sido reformado por el General Reyes durante su presidencia a principios del siglo XX, era principalmente Conservador.

Durante la República Liberal se dio una serie de reformas, entre ellas una muy importante: la introducción de la cédula de ciudadanía. Antes, las autoridades se elegían según registros municipales y departamentales, y un comité electoral definía localmente quién era Conservador y quién Liberal, lo que aseguraba la hegemonía conservadora en el poder. En la última fase comenzó a pensar en una cédula de ciudadanía con los datos personales necesarios para que el portador pudiera votar. Pero el proceso estaba en manos del partido Liberal, que hizo todo lo posible por cedular Liberales y no Conservadores. En este contexto Olaya Herrera, Liberal, instituye la cédula de ciudadanía con fotografía. Como consecuencia, el partido Conservador acusó a los Liberales, no sin fundamento, de generar 1.500.000 cédulas falsas, por lo que las elecciones siempre las ganaría el partido Liberal. Ante esta situación, Laureano Gómez declara: “Hagamos invivible la República Liberal”.

En 1934 llega a la presidencia López Pumarejo, Liberal, quien impulsa una serie de reformas relacionadas con la tierra, la función social de la propiedad, la tributación y la separación entre la Iglesia y el Estado, entre otras. Se trata de un conjunto de reformas, coherentes entre sí, que el partido Liberal impulsa con la abstención del Conservador.

Posteriormente, con la llegada de Eduardo Santos al poder en 1938, viene un periodo llamado la “Gran Pausa”. El sucesor de López Pumarejo empieza a detener el ritmo de las reformas. Este periodo se caracterizó por la proximidad con Estados Unidos. Sin embargo, un hecho importante muestra que la violencia que había empezado en Santander y Boyacá persiste: en 1939 una manifestación de los Conservadores desemboca en una matanza. Como consecuencia, Laureano Gómez se exilia del país y el partido Conservador lanza una consigna que exacerba la violencia: “Atentado personal, legítima defensa”. Bajo esta consigna, los Conservadores empiezan a armarse oficialmente, no sólo para defenderse sino también para intimidar al partido Liberal para que no se presentara a elecciones. Esa intimidación, que al principio fue de palabra y luego con armas, en 1946 creó un fuerte enfrentamiento en las bases de los dos partidos. La Violencia, entonces, no comienza con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, sino que se remonta a la elección de Mariano Ospina Pérez, Conservador, en 1942.

Jorge Eliécer Gaitán venía acumulando poder político desde los conflictos de las bananeras en los años 20. La principal denuncia contra las bananeras la hizo Gaitán, quien prosiguió su lucha, primero como independiente y luego dentro del partido Liberal, que si bien había perdido las elecciones de 1946, parecía destinado a ganarlas en 1950.

El asesinato de Gaitán y el descenso en La Violencia

Si bien el 9 de abril de 1948 es conocido como “El Bogotazo”, lo cierto es que hubo levantamientos armados por todo el país, sobre todo en las zonas Liberales. En las zonas donde el partido Liberal se sintió amenazado por el Conservador, se creó una resistencia rural. Entre 1946 y 1953, lo que empezó como violencia urbana se extendió al campo y hubo alrededor de 300.000 muertos que nadie contó. La situación se volvió peligrosa para ambos partidos, hasta que se decidió dar un golpe militar. Ese fue un acuerdo del Ospinismo, un gran sector del partido Conservador que ya estaba en contra de Laureano Gómez, con los Liberales. La división Gómez-Ospina se profundizó cuando Gómez quiso imponer una Constitución corporativista, es decir una que reuniera a los individuos en corporaciones: la iglesia, la presidencia, los gremios, los sindicatos, el ejército: un formato copiado del franquismo. Ante este enfrentamiento de las cabezas del partido Conservador, el partido Liberal apoya naturalmente a Ospina y resuelve dar el golpe militar.

El primer acuerdo del Frente Nacional es el golpe militar, pues es un golpe conjunto. Posteriormente, lo de Laureano Gómez se arregla y se da el pacto Gómez-Lleras Camargo. Rojas Pinilla sube al poder en 1953 tras el golpe de estado. La primera política de Rojas fue una amnistía para todos los alzados en armas, inclusive para funcionarios públicos como la policía y el ejército. Las guerrillas en ese momento ya eran muy poderosas; la guerrilla del Llano ya tenía alrededor de 10.000 hombres en armas cuando el ejército tenía 15.000. Las fuerzas de Santander, sur del Tolima y Antioquia también era grandes. Posteriormente, en el año 1954, cuando Rojas quiere prolongar su mandato y ser elegido por la Asamblea Nacional Constituyente liderada por Laureano Gómez, con el fin de ganarse el apoyo de los sectores anticomunistas, declara ilegal la actividad comunista. Con esto el liberalismo empieza a sospechar que Rojas busca prolongar su mandato, y hacia 1957 se le da un golpe a Rojas y empieza el Frente Nacional, con el que los Liberales y los Conservadores hacen las paces, repartiéndose el poder cada 4 años durante 16 años.

El Frente Nacional: un acuerdo de paz excluyente

El Frente Nacional puede considerarse el “verdadero acuerdo de paz que acaba con la violencia”. Dividiendo el poder entre los dos partidos se resolvía el problema de la exclusión política de 1900, 1930, y 1950. En los años 60, muchas guerrillas entregan las armas; las entregan los Llaneros, los de Santander, los de Antioquia, los de Cundinamarca, los del Cauca. Pero ciertos sectores no lo hacen, ni los del Sumapaz ni los del sur del Tolima. Rojas Pinilla les había concedido amnistía a los Liberales, pero estos no habían admitido la amnistía para los comunistas, que estaban dentro del movimiento del Sumapaz y del sur del Tolima. Todo esto coincidió con la revolución cubana en 1959, lo que fortaleció estos movimientos armados.

En 1962, Fidel Castro acoge el comunismo y trae la Guerra Fría a América Latina. Estados Unidos teme que ese virus inunde América Latina e inicia una política anticomunista, sintonizado con la dinámica de la Guerra Fría. Estados Unidos define entonces dos políticas para América Latina: la desarrollista, que busca impulsar la reforma agraria, y la represiva, que impulsa la Doctrina de Seguridad Nacional.

La reforma agraria surge dentro del Frente Nacional, y buscaba que las tierras volvieran a las manos de sus dueños legítimos; era un acuerdo entre Conservadores y Liberales que luego fue impulsado por Estados Unidos. Nunca progresó ni en Colombia ni en Chile, los dos países donde la Alianza para el Progreso fue más fuerte. En Colombia no prosperó porque no cambió la estructura de propiedad de la tierra, por lo que siguieron las disputas entre campesinos y terratenientes, arrendatarios y colonos. El conflicto de tierras en Colombia ha sido sobre el uso de los baldíos. Los terratenientes se expanden en áreas de predios sin títulos, comprando a bajos precios o empujando la venta

Por su parte, la Doctrina de Seguridad Nacional era una política anticomunista; todo lo que pareciera de izquierda, o que apoyara la ideología de la revolución cubana, era perseguido.

La reforma agraria del 61 no salió adelante, pero Carlos Lleras promovió dos medidas ya anticipadas en la estrategia de los Estados Unidos. La primera buscó acelerar la reforma agraria a través de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC). Lleras pretendía defender la reforma agraria, pero los campesinos querían acelerarla y para ello invadieron terrenos; con eso se salió de control. La segunda medida, que Valencia ya había sancionado como decreto pero que Lleras volvió ley, autorizaba a las fuerzas armadas a armar a los civiles para combatir a las guerrillas, fundamentalmente en el Sumapaz y en el sur del Tolima. Esta medida puede considerarse el origen legal del paramilitarismo.

En 1960 empieza a entrar en crisis el modelo económico. El modelo de sustitución de importaciones empieza a fracasar, entre otras razones porque la maquinaria para construir equipamiento no se puede sustituir.

La respuesta insurgente

En 1964 surgen las FARC, producto del fracaso de la reforma agraria y de la exclusión de sectores políticos y sociales. En el 65 se crea el ELN, y en el 66 el EPL. Dejan de ser agrupaciones autónomas de campesinos para volverse organizaciones políticas cuyo objetivo es tomar el poder. Eso cambia completamente el panorama. En 1970 Rojas Pinilla casi gana las elecciones o las ganó (y se las robaron), y producto de esta coyuntura surge el M-19.

Las FARC surgen de un movimiento agrario que se funda en los años 20 en el sur del Tolima. Quintín Lame, un movimiento agrarista muy fuerte en los años 20, termina trasladándose al Tolima e incentivando a los Pijaos. La mayoría de los comandantes originarios de las FARC eran de origen indígena, Pijao. Fue un movimiento agrario que, junto con un movimiento indígena, crea un fermento revolucionario que finalmente se fortalece con los comunistas. El objetivo del movimiento agrario era simple: que las tierras de los terratenientes se distribuyeran a los campesinos.

El cuadro de la época entonces lo dominan cuatro guerrillas: las FARC, el ELN, el EPL y el M-19. Comienza una fase completamente distinta de la violencia, que tenía raíces en la violencia de los años 50, que se origina en la persecución, pero que principalmente fue alimentada por el monopolio del poder político del Frente Nacional, que continuó prácticamente hasta la presidencia de Barco con candidatos Liberales, o Conservadores y que no daba lugar a otras posturas políticas.

Después del paro cívico del año 1977, organizado por los sindicatos exigiendo mejores condiciones de vida, los militares le piden a López Michelsen instaurar el Estatuto de Seguridad, es decir, que los civiles fueran juzgados por la justicia penal militar. Eso fortaleció al M-19, que se toma de la embajada dominicana, ejecuta el golpe del Cantón Norte (el famoso robo de armas), pero resulta también en una mayor represión contra los sectores de izquierda y contra la clase media en Bogotá.

El Estatuto de Seguridad, al que López Michelsen había renunciado, lo ejecuta Turbay. Al mismo tiempo, fracasa la reforma agraria y se produce un acuerdo entre Conservadores y Liberales, el Pacto del Chicoral, para acabarla. Hay represión militar, pero ni reforma agraria ni reforma social. Esto acrecienta la polarización.

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El narcotráfico

Por otra parte, hay un quiebre en la historia: surge el narcotráfico. A finales de 1970 llega la marihuana (por efectos de la guerra de Vietnam, la nueva cultura Norte Americana y la revolución cultural del 68 en Francia) y los colonos empiezan a sembrarla. La producción de marihuana se liquidó con la fumigación y con la sustitución. Cuando se acaba la marihuana, los productores buscan un sustituto, la coca. Esta comienza a llegar a los territorios donde los colonos están arruinados. Los campesinos ven que la producción de coca los favorece económicamente porque siempre hay compradores y buen precio. En sólo cinco años, la coca resuelve todos los problemas por los que los campesinos habían luchado desde los años 20.

Las guerrillas se dan cuenta de que la mejoría económica de los campesinos con la coca es una oportunidad, voluntaria o involuntaria, de aportar al movimiento. Así, las FARC se involucran en el narcotráfico. La producción de coca se volvió una bonanza porque llevó progreso a toda la sociedad. Gracias a esto la guerrilla empezó a convertirse en el Estado porque tuvo el monopolio del poder a nivel territorial. El Estado se compone de tres monopolios: el tributario, el de las armas, y el de la justicia. La guerrilla era un “Estado fluido”, como afirmaba Marulanda, un estado móvil.

Intentos de solución política al conflicto armado que abren paso a la negociación Santos-FARC

Belisario Betancourt, consciente de la fortaleza de la guerrilla y de que estaba entre dos guerras, la guerra contra el narcotráfico y la guerra contra la guerrilla, en 1984 propuso hacer la paz, con los Acuerdos de la Uribe: cambiar balas por votos. Entre 1984 y 1987 muchos cuadros de la guerrilla se volvieron políticos, y empezó la matanza de la Unión Patriótica. Esto tiene un efecto en la guerrilla: lejos de acabarla, la fortalece. La raíz económica del narcotráfico es muy poderosa. El papel de la guerrilla en esto es regularizar el negocio y respaldarlo con su propia ley.  Por esta razón, la guerrilla es Estado. Y eso sigue progresando, como también progresa la Doctrina de la Seguridad Nacional y aumentan los paramilitares.

Después de los años 90, la guerrilla llega al punto de ser casi un ejército convencional. Los golpes que dan en el periodo de Samper ya no son emboscadas menores; se toman puestos militares importantes, y llegan a matar hasta cien militares.

En este contexto llega Pastrana, que introduce el Plan Colombia y cambia las condiciones de la guerra. Hasta ese momento la guerra era fusil contra fusil. Los bombardeos aéreos no eran acertados y no tenían efectos militares. El ejército en el periodo de Samper era una fuerza armada débil (se le decía el “ejército indigente” por su pésima condición). Con el Plan Colombia de Pastrana, las fuerzas militares de Colombia acceden a tecnología de guerra que no tenían antes: bombas de precisión exacta, inteligencia militar, apoyo aéreo de los Estados Unidos. Esto cambia las cartas y la guerrilla renuncia a la idea de crear un ejército convencional para volver a su anterior formato de guerra de guerrillas; así resisten al Plan Patriota de Uribe. La guerra de guerrillas puede durar mucho tiempo. Desde los años 90, las FARC empiezan a ver que la toma del poder, su objetivo inicial, era imposible. Derrotar al ejército sólo era posible con un cuerpo militar convencional de la misma masa y fuerza. Ahí se acaban las especulaciones ideológicas y el romanticismo.

Es en este escenario que entran en conversaciones, con la suerte de que Marulanda se había muerto. Marulanda habría sido mucho más difícil de convencer pues, aunque con una perspectiva mental amplia y un hombre práctico, era un campesino. Pero renunciar a sus banderas no iba a ser fácil. Sin embargo, las FARC se empiezan a abrir a una idea de negociación con Santos.

La reconciliación es un asunto de todos: Jornada Nacional por la Reconciliación y el Perdón

Por: Valentina Guerrero

Al emprender la tarea de analizar el momento que atraviesa Colombia, las tensiones se hacen evidentes: mientras trabajamos por poner punto final a una guerra de más de cincuenta años, la cotidianidad y la vida pública demuestran que estamos aún muy lejos de aprender a convivir bajo los principios del respeto y el diálogo. Al tiempo que damos los pasos que durante tantos años anhelamos y detenemos el derramamiento de sangre, las reacciones se pierden en la indiferencia.

Lo cierto es que nos encontramos escribiendo otra página en nuestra historia y hemos logrado importantes avances en el camino a la paz. Pasar de recibir 424 militares en el Hospital Militar en 2011 a poder contar con los dedos de una mano los heridos en lo corrido del 2017, es uno de los tantos ejemplos del trayecto recorrido. El país está experimentando una fuerte transformación; sin embargo seguimos sumidos en el resentimiento, el odio, la desconfianza y la desinformación.

Los jóvenes somos quienes debemos llevar la bandera de la reconciliación, pues somos nosotros quienes con rebeldía y esperanza nos atrevemos a soñar una sociedad diferente.

Después de un hecho trascendental como lo fue la entrega de armas de las FARC, las celebraciones brillaron por su escasez. ¿Qué pasó con todos los colombianos y colombianas que se movilizaron después del plebiscito para no dejar escapar el sueño de una nación en paz? ¿Dónde quedó la alegría y el espíritu de celebración que tanto nos caracteriza? ¿Qué pasó con el deseo común de acabar con más de medio siglo de guerra? Nos hemos sumido en un ambiente en el que reinan la indiferencia y el pesimismo. Aún las heridas del conflicto penetran profundamente en el tejido social del país, y el otro, en lugar de ser visto como un compañero o un ser humano digno de respeto, es visto como un enemigo.

Los cambios que se están procesando a través de leyes, deben penetrar en la mentalidad de los ciudadanos. Es tiempo de saldar la cuenta que tenemos pendiente con la alegría, la esperanza y el futuro. Es hora de soltar las mariposas amarillas y comprometernos con los cambios que se están dando. Es momento de entender el asunto de la paz, el perdón y la reconciliación como un tema que nos incumbe a todos y que permea lo nacional y lo individual. Ya fue suficiente dolor e indiferencia, debemos empezar a reparar lo que la guerra destruyó.

Columna Red

(Fuente: El Espectador, http://www.elespectador.com/noticias/paz/convocan-gran-movilizacion-paz-de-colombia-articulo-515580)

Frente a la delicada situación que hoy atravesamos, recordamos una frase de Buda que comprueba una vez más su pertinencia: “El odio no se termina con odio, se termina con amor, es la regla eterna”. En medio de palabras y acciones rebosantes de desprecio, la reflexión y la reconciliación son el camino que debemos seguir si aspiramos algún día vivir en verdadera paz.

No podemos esperar a que el cambio quede en manos de aquellos que han dejado el proceso en la cuerda floja. Los jóvenes somos quienes debemos llevar la bandera de la reconciliación, pues somos nosotros quienes con rebeldía y esperanza nos atrevemos a soñar una sociedad diferente. Colombia debe empezar a sanar y es por esto que la Jornada Nacional por la Reconciliación y el Perdón, una iniciativa propuesta por jóvenes de Rodeemos el Diálogo (ReD 020) entre otros, es un espacio propicio para movilizarnos a favor de la reconstrucción de lazos. Esta jornada, a la que cada vez se suman más voces de apoyo como la del educador Julián de Zubiría y “Todos por la Educación”, tiene la intención de unir a toda la ciudadanía el próximo 30 de agosto, a las 12 del día, para emprender demostraciones masivas de afecto y gestos de perdón.

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El llamado a la reconciliación es un mensaje que se extiende a toda la sociedad civil, puesto que si seguimos aceptando vivir una Colombia sumida en el resentimiento, estamos condenados a fracasar como nación. Restaurar la confianza es un antídoto contra los efectos imperceptibles de la guerra,  contra ese endurecimiento de humanidad que las balas nos imprimieron en el alma. La Jornada Nacional por la Reconciliación y el Perdón es uno de los tantos esfuerzos que surgen desde los jóvenes para desacostumbrarnos a la violencia –que no se relaciona únicamente con la guerra- sino con nuestra cotidianidad.

Permitirnos ser libres soñando e imaginar que podemos unirnos el próximo 30 de agosto, es una razón para creer que la tolerancia y el dialogo pueden convertirse en los nuevos principios para la convivencia. Visualizar una multitud de ceremonias simbólicas y expresiones artísticas en pro de la reconciliación a lo largo y ancho del país, es visualizar que la paz está ganándole al odio.

Démosle la oportunidad a la euforia, a la reflexión y a la amistad de combatir el desasosiego, el terror y la incertidumbre que se incrustó en nosotros. Emprendamos acciones concretas y demostremos que está naciendo otra Colombia.

Tertulia Reconciliación Abriendo Nuestra Urna del Tiempo

 

Invitadas:  Johanna Amaya (Universidad Santo Tomás) y Lucía Bohórquez (UniMinuto y Fundación Ágape por Colombia)

27 abril de abril de 2017

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El día anterior al plebiscito sobre el Acuerdo de Paz entre el gobierno y las Farc, ReD llevó a cabo un ejercicio entre el público en general con una ‘Urna del Tiempo’: ese día, el sábado 1º octubre, se recogieron 85 papelitos – la mayoría de ellos en la Plaza de Lourdes – con base en las preguntas: ¿Qué está sintiendo en vísperas del plebiscito?; ¿qué piensa de los acuerdos de paz? La intención del ejercicio era ‘tomar la temperatura del pueblo’, y en ese orden de ideas no se le obligó a nadie a participar, ni mucho menos se intentó convencerle de qué postura asumir a la hora de votar. Los participantes depositaron su papelito en la urna sin que éste se leyera. La urna se abrió seis meses después en un espacio privado, seguido de una Tertulia de Reconciliación abierta, en los cuales contamos con la presencia de dos expertas en el tema, Johanna Amaya y Lucía Bohórquez.

Por supuesto, este sondeo no tuvo el alcance del plebiscito. Tampoco se pretendía realizar una  actividad basada en métodos científicos. Simplemente se recogieron las opiniones de un sector de la sociedad colombiana que pasaba por la Plaza de Lourdes, dispuesto a expresar sus opiniones. A diferencia del plebiscito, este ejercicio permitió profundizar en el razonamiento y las motivaciones de quienes contribuyeron. Con ese punto de partida y el resultado del plebiscito en mente, se puede afirmar que la actividad trajo unos resultados moderadamente favorables al proceso de paz, con algunos aportes elocuentes, tanto por quienes se mostraban a favor como por los que decían tener reservas.

Contenido de las respuestas

Urna (iv)

(Foto: Pilar Perdomo Munevar)

De las 85 respuestas, 46 se pueden clasificar como favorables al proceso de paz y/o a favor de los acuerdos –una mayoría absoluta de 54%. 30 personas (35%) manifiestan un sentido contrario; mientras que nueve (11%) son imposibles de encasillar. (En comparación, el resultado final del plebiscito en Bogotá fue 56% por el SÍ y un 44% por el NO).

Profundizando, vemos que de lado y lado se repiten ciertos conceptos e ideas. Por ejemplo, los que expresaron su aprobación lo hicieron basándose en sentimientos como la esperanza, la tranquilidad, la humanidad, el amor, la expectativa de cambios, la sensación de estar en el umbral de un momento transcendental y apelando al fin de la violencia después de sesenta años de guerra. En contraste, los opositores invocaron conceptos como el daño (que hicieron las FARC), el engaño (de las FARC y, en cierta forma, del gobierno al haberse sentado a negociar), la criminalidad, la corrupción, los beneficios, el miedo y la incertidumbre. Por añadidura, se pudo notar que el discurso uribista de ‘paz sin impunidad’ y del espectro de Venezuela ya había calado en la mente de varias personas.

En clave de reconciliación

Johanna nos propuso una definición “minimalista” de la reconciliación según la cual se busca “la construcción de relaciones entre antagonistas, y entre ciudadanos y el Estado”. Basándose en las teorías desarrolladas por John-Paul Lederach, Lucia expuso una concepción “maximalista” donde la reconciliación es un camino, un “diálogo entre improbables” y, finalmente, un encuentro.

En el lenguaje que usaron varias personas opuestas al acuerdo para referirse a los guerrilleros (“terroristas”, “asesinos”), prevalecía la definición minimalista. La construcción de lazos supone redimensionar la caricatura de quienes estuvieron alzados en armas. Pero voceros de ambos lados veían al otro como proveedor de mentiras, dificultando el reconocimiento mutuo.

Sin embargo, se vislumbra una comprensión más amplia. Una persona llamaba la atención al camino que se abría:

La paz en tan importante, que no solo con un acuerdo se llega, pero sí es un primer paso, es avanzar hacia un cambio y dejar una posición como colombianos, no querer más víctimas inocentes ni un pueblo muriendo por sus mismos hermanos. Es un sí al cambio.

Entre las respuestas también había aquellas que abordaron el tema de las relaciones individuo-estado (y sociedad civil). Tanto el mismo plebiscito como la evolución posterior eran momentos para el ejercicio de la ciudadanía:

Hoy está Colombia en la antesala de una decisión ciudadana vital. […] Confío, quiero confiar en que estaremos a la altura del momento: el gobierno, los políticos, los educadores, los empresarios, las organizaciones sociales, y cada uno de nosotros.

Los acuerdos de paz ayudan al país a poder llegar a mantener la paz, el plebiscito nos ayuda identificar como ciudadanos, que los acuerdos sean completamente transparentes y a poder decidir como ciudadanos.

Subyacían a estos puntos concepciones del perdón (proceso interno y personal) judeo-cristianas enfrentadas, tal y como lo destacaron tanto Johanna como Lucia. Por un lado, el pecador no podía beneficiarse sin que, por lo menos, se ganara su rehabilitación (la tesis uribista); por el otro, primaba la necesidad del perdón:

Yo voto por el no por que yo no quiero que en un mañana gobierne la FARC y solo con un perdón ya es suficiente no me parece.

Siento un gran miedo, siento que es un gran desafío para mi perdonar, quiero perdonar, sé que debo perdonar, pero acepto que va a ser difícil para mí. Me cuesta ver a los de las FARC con simpatía y empatía.

Voy a votar por el sí ya que quiero que tengan una oportunidad las personas que están en la guerrilla de conocer y vivir nuevas experiencias. Muchos están porque no tienen opción. Quiero que vean todas las maravillas de tener una familia, poder compartir un paseo y tener una vida plena. Sin importar las cosas que hayan hecho. Hay que perdonar y ellos también nos tienen que perdonar por nuestra indiferencia de tantos años.

En clave de implementación

Una respuesta, tal vez de alguien que se sentía alejado del conflicto, anticipaba los beneficios del acuerdo bien implementado:

Me siento muy feliz, tal vez yo no sienta el cese al fuego, pero mi campesinado sí, vamos a permitir que vuelvan a sus tierras y se sepa la verdad por los desaparecidos.

A luz de los comentarios, se analizó el alcance de la implementación en los meses entre la ratificación del nuevo Acuerdo y la fecha de la tertulia. Desde el público se identificaron continuidades y discontinuidades respecto a lo que se expresaba en octubre. Las continuidades provenían de los opositores: que las FARC seguían representando una amenaza por aún conservar sus armas, que el llamado ‘Castrochavismo’ seguía vigente y cernía sobre todo el proceso, y que era poco probable que algo cambiara. Por otro lado, se percibía que los partidarios del SÍ empezaban a desesperarse frente a las deficiencias de las zonas veredales, la representación formal de las Fuerzas Armadas en la Junta del Centro Nacional de Memoria Histórica, y el incremento en el número asesinatos de líderes sociales – situación que se había advertido en una de las respuestas de la urna:

Tengo mucha esperanza en la paz pero me temo lo siguiente: que empiecen a asesinar a los miembros del nuevo partido político de las FARC y que regresemos por esa vía a la violencia, pues esa ha sido nuestra triste historia hasta ahora…

Urna (ii)

(Foto: Pilar Perdomo Munevar)

Conclusión

Al comenzar la tertulia, antes de abrir la urna, se recogieron en otros papelitos los pensamientos de cada persona presente frente a los alcances de la implementación. Reflejando lo que se hablaría después, una impresión se repetía: la incertidumbre. Sin negar los contratiempos que ha atravesado la ejecución del acuerdo, cabe rescatar la sensación de optimismo cauteloso y expectativa de las personas que vieron en octubre al país en el umbral de un momento histórico, sensación que se comprobaba en el margen y el contenido de las respuestas a favor del proceso en la actividad de la urna y que nos puede servir de motivación, ya que los retos de la implementación se hacen sentir:

Hoy es el día anterior a la refrendación de los acuerdos y me siento muy emocionada y nerviosa. Creo que nos merecemos la paz y esta es la oportunidad para empezar a escribir un nuevo capítulo. La paz no llegará fácil ni rápido, pero la terminación de este conflicto es el primer paso para volver los ojos sobre las otras problemáticas que nos aquejan. No será fácil pero debemos comenzar YA. Ojalá que muchos colombianos piensen lo mismo. ¡SÍ!

Asesinatos de líderes Sociales y Periodistas en Colombia

Por: Sergio Villarreal Gaviria

Colombia es un país de cultura conservadora y al ser así le tenemos miedo a lo desconocido. Estos miedos vienen de un odio tribal por “quien no sea como yo”, por quienes sean diferentes o se alejen de lo que consideramos normal. El odio se convierte en miedo, y cuando tenemos miedo actuamos por instinto, instinto asesino que puede llevar a masacrar a un número indeterminado de personas.

En lo que va del año han muerto 154 líderes sociales. Estas muertes ocurren en pueblos alejados de Bogotá, lo que muestra una particular negligencia del Gobierno para proteger a sus ciudadanos que están fuera de las ciudades. Estos actos son en su mayoría cometidos por grupos neo-paramilitares. Grupos tales como las Autodefensas Gaitanistas de Colombia o el Clan Úsuga, actores armados que están dedicados a perseguir a ciertos líderes sociales de izquierda.

Durante los ocho años del gobierno del presidente Álvaro Uribe Vélez (2002-2010), aumentó considerablemente el número de los llamados “falsos positivos”, o asesinatos extrajudiciales que buscan aumentar el número de guerrilleros “dados de baja”. Un reporte de la revista Semana pone en claro que las víctimas de los “falsos positivos” podían ser cualquier persona. Los propósitos principales de esta estrategia eran subir la popularidad del Plan Colombia y estigmatizar a los militantes pacíficos de izquierda para hacer más fácil su silenciamiento.

En la historia reciente de Colombia también hay notorios ejemplos de esto, como la destrucción de la Unión Patriótica que acabó con la vida de más de cinco mil militantes de la UP, entre los cuales hubo ocho congresistas y dos candidatos presidenciales. Los crímenes de lesa humanidad fueron cometidos en su mayoría por grupos paramilitares y en menor número por agentes del Estado. La idea de esto era desmotivar a los políticos de izquierda y asustarlos para prevenir que se manifestaran. Los tres casos mencionados tienen un patrón: a ninguno de los victimarios le convenía una izquierda poderosa.

Dichos actos son condenados por la Constitución Política de Colombia: en el artículo 11: “El derecho a la vida es inviolable…”, el artículo 12: “Nadie será sometido a desaparición forzada, a torturas ni a tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes” y el artículo 40: “Todo ciudadano tiene derecho a participar en la conformación, ejercicio y control del poder político…”. Los cuales son derechos fundamentales según nuestra Constitución y por ello cualquier acción contra la vida de estos líderes sociales debe castigarse con cárcel.

Las normas de nuestra Constitución están ahí por un motivo sencillo: sin opositores es imposible formar una democracia, sin oposición sólo hay tiranía. Los asesinatos de líderes sociales son un atentado directo contra nuestra democracia y nuestro proceso democrático. Aun así, hay gente que lo ignora.

Es también un derecho defendido por la Constitución el que tenemos los ciudadanos a la información, como se expresa en el Artículo 20: “Se garantiza a toda persona la libertad de expresar y difundir su pensamiento y opiniones, la de informar y recibir información veraz e imparcial, y la de fundar medios masivos de comunicación…” Por esto es inaceptable que haya lugares en los que no se puede ejercer el periodismo. Personas reconocidas de los medios, como Pirry, han sido amenazadas de muerte por sus pensamientos políticos.

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(Fuente: https://twitter.com/especialespirry)

Guillermo Prieto La Rotta, Pirry, es un periodista y analista político a quien amenazaron de muerte cuando estaba concluyendo una investigación sobre varios miembros del uribismo. Tenía el propósito de filmar uno de sus programas de Especiales Pirry sobre la situación del campo en Colombia cuando lo empezaron a amenazar. Estas intimidaciones le habían estado llegando durante un tiempo. Aunque las amenazas terminaron, él perdió su programa y se fue al exterior un tiempo para salvar su vida. Hoy en día, sigue practicando el periodismo sin canal. Este caso es sólo uno de los muchos que pasan en este país. Casos como este forman parte de una estrategia para callar a los periodistas y cumplir ciertas agendas políticas.

En conclusión, es necesario tener líderes sociales y garantías para ejercer el periodismo. Hoy en día, personas con determinadas agendas políticas amenazan a líderes sociales y periodistas. Es esencial que el Gobierno tome acción para prevenir estos crímenes atroces. Pero, además, es tiempo de que todo colombiano decida si prefieren seguir creyendo mentiras o actuar para defender sus vidas.

Ya fueron cientos de miles

Autor: Camilo Villarreal Gaviria.

“Hay que cambiar los fusiles, ya fueron cientos de miles” .- César López

Cuando me llamó mi estimadisima amiga Valeria, miembro de otra movilización de menores de edad, a invitarme al acto final de dejación de armas en la Zona Veredal Manuela Páez en Mesetas, tuve varias dudas: el largo viaje por tierra, viajar con gente a quien no conozco, la duda respecto al generoso pero anónimo benefactor del bus… Pero fue ella misma quien me dió la razón que me convenció: esto es un momento histórico. Me acordé en ese momento del día, a los seis o siete años, en que salí a marchar por la liberación de los secuestrados que tenían las FARC. Me acordé del impacto que tuvo en mi la imagen de Ingrid Betancourt con su rosario en las selvas del sur de nuestro país. La imagen de las víctimas de El Salado y de Bojayá. Entonces me quedó claro que, dada la oportunidad, no había excusa válida para no ir a presenciar este momento trascendental del final de esta guerra.

 

Fueron siete horas en bus, y aquellos que viajaron conmigo pueden testificar que probablemente dormí cerca de ocho de esas horas. Había entre todos un aire extraño. La mayoría eran conocidos, mas no todos. Sin embargo, se respiraba un aire de hermandad, a pesar de que estábamos divididos en rígidos grupos de los diferentes movimientos. Los dos menores de edad del combo generalmente andábamos juntos.

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Llegamos algo tarde, lo cual era de esperarse tras haber salido dos horas después de lo previsto. Habíamos perdido el acto musical de César López con su escopetarra y el comienzo de las palabras del jefe de la Misión de la ONU, Jean Arnaud. Solo lo escuchamos, pues aún estábamos caminando hacia el lugar mientras él hablaba. Una de las grandes felicidades de este proceso siempre ha sido tener el completo apoyo de la primera organización que admiré y entendí: las Naciones Unidas. Hoy me sorprende profundamente ver cómo ciertos sectores de la sociedad ni siquiera confían en esta organización. Tras la entrega de diez certificados de desarme a miembros de la guerrilla, firmados personalmente por el Presidente y el Jefe de la Misión de la ONU, hicieron sus intervenciones las dos partes de la negociación.

Las declaraciones del Presidente de la República y del ahora ciudadano civil Rodrigo Londoño tuvieron un importante contraste. Empezó Timochenko. El público, mayormente compuesto por miembros de las FARC, ahora uniformados en jeans y camisetas con los dos lemas del momento: “Nuestra única arma la palabra” y “Paz con justicia social”, se encontraban en un estado de alegría completa. Comenzó con una frase que marcó indeleblemente el sentimiento general: “Ayer guerrilleros y guerrilleras, hoy militantes de la esperanza del pueblo”. Toda la intervención de Timochenko se centró en afirmar la voluntad de las FARC de cumplir el acuerdo, exigiendo el cumplimiento del gobierno también: cumplimiento en la aplicación de amnistías para cientos de guerrilleros que siguen presos, coreando la frase: “No estamos todos, faltan los presos” y con carteleras exigiendo su liberación. Respecto a la seguridad de líderes sociales y a los familiares de los ahora excombatientes, Londoño fue enfático al hacer notar el incumplimiento gubernamental, señalando como prueba de ello el estado de la Zona Veredal Manuela Páez, donde se desarrolló el acto.

“el Presidente no pronunció su discurso para los presentes sino para los ausentes”.

Por otro lado, el Presidente no pronunció su discurso para los presentes sino para los ausentes. De alguna manera, era su aceptación del triunfo contra la violencia que había antecedido el cumplimiento de su promesa de las elecciones de 2014. Ahí estaba la guerrilla dejando sus armas, terminando formalmente con más de cincuenta años de conflicto. Santos le entregó a Timochenko la obra de Alex Sastoque de un fusil convertido en pala, diciendo que este era el momento que consideraba adecuado para entregarle ese símbolo de paz, y habló con una profunda esperanza. Fue un discurso sobre la democracia y el disenso, y sobre la posibilidad de hacer política en este país sin armas. “Lo dije en La Habana hace un año, y lo repito aquí en Mesetas: no estoy, y seguramente nunca estaré, de acuerdo con ustedes, con el modelo político o económico [que ustedes proponen?], pero defenderé su derecho a expresar sus ideas dentro del régimen democrático, esa es la esencia de la libertad en un estado de derecho”.

Fue un poco chocante, también, ver una guerrillerada muy diferente a la que había conocido en la Zona Veredal Antonio Nariño de Icononzo. Me trataba de acercar a los diferentes grupos de guerrilleros que almorzaban para hacerles entrevistas, y ellos evitaban bruscamente la conversación, conducta que no cambió radicalmente cuando desistí de grabar los encuentros, pues entonces en vez de evadirme abiertamente, reducían la conversación a lo mínimo. Una suerte ligeramente diferente tuvo Valeria, quien es una excelente fotógrafa y pudo entablar un par de conversaciones a través de sus fotos. Reflexionando con varios de los viajeros, comentábamos que era un momento personal y emotivo para los guerrilleros, y este había sido invadido por tantos curiosos, por desconocidos, de quienes no tenían referencia. Se sentía algo de desconfianza hacia el gobierno. Tras haber dejado sus armas, se veían algo desprotegidos. Todo el mundo quería hablar con ellos, y ellos tenían miedo de tener que confiar su vida a quienes habían sido sus enemigos.

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La visita terminó siendo, para mi, y para una gran parte de mis compañeros, una buena oportunidad para ser parte de un momento histórico. Aunque no fue como la experiencia que muchos habíamos tenido en otras zonas veredales, es rara la ocasión en la que uno puede decir que vio terminar una guerra. Pero también es un recordatorio de lo que falta. Un recordatorio de que tenemos razones de celebrar, pero que aún falta camino; y es largo y retrechero. Falta pasar leyes en el Congreso esenciales para el proceso, como lo son la JEP y las Circunscripciones Especiales de Paz. Falta aplicar la Ley de Amnistía e Indulto, aprobada en diciembre. Igualmente, falta la entrega de armas de aquellos combatientes que estaban encargados de la seguridad de los campamentos, quienes las deberán entregar antes del 1 de agosto. También falta la entrega de las caletas y el armamento inestable, que debe ser entregado antes del 1 de septiembre. Aparte de esto, falta desarrollar la paz con el ELN. Y entonces estaremos volviendo a ver escenas similares pronto, espero.

Y así fue como, a ritmo de joropo, con fusiles convertidos en palas y escopetas, se terminó una guerra más. No me atrevería a decir que vivimos en paz, porque estaría abiertamente mintiendo. Pero desde el 27 de junio vivimos en un país más pacífico. La gran pregunta es: ¿cómo nos vamos a desarmar nosotros para vivir en un país en paz?

“Paloma blanca, evitalo por favor, y haz que disparen por cada bala una flor llena de paz, amor y pura fragancia.”- Reinaldo Armas

Emisión 11 de 2017

Emisión 10 de 2017

Conversatorio No. 3 de 2017

Invitada: Carolina Rodríguez

Tema: Desplazamiento forzado en Irak y Colombia.

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Durante una pasantía para su master en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Georgetown en 2013, Carolina trabajó en el sur de Bolívar junto con el Servicio Jesuita de Refugiados, atendiendo a personas desplazadas. Estando allí estableció contacto con una ONG estadounidense, para la cual trabajó posteriormente, ayudando a desplazados por el conflicto de Irak entre 2014 y 2016. En este conversatorio nos contó acerca de estas dos experiencias.

Retos en el Sur de Bolívar, Colombia

Su trabajo le enseñó principalmente a ayudar a las personas en la generación de confianza entre diferentes actores y distintas generaciones. En la región notó la ausencia del Estado y la carencia de atención en las necesidades básicas, como los servicios sanitarios y la electricidad. También recuerda la dificultad y demora para trasladarse entre las veredas y los sitios de trabajo, dada la ausencia de vías de tránsito adecuadas. Observó que muchos de los problemas sociales de la zona surgen como consecuencia de la minería ilegal. Fue testigo, por ejemplo, del incremento de violencia sexual contra las mujeres tras la llegada de muchos hombres que fueron a explotar oro, violencia que se mantuvo debido a la falta de un sistema efectivo de denuncia.

Retos en Irak

A su llegada a Sulaymaniyah, en Irak, la ciudad estaba en crisis por el desplazamiento masivo de Yazidis debido a invasiones del Estado Islámico en otras regiones. Carolina se planteó la posibilidad de abandonar el lugar por falta de condiciones de seguridad, pero decidió quedarse e inició su trabajo en los campamentos que la ONU construyó para los desplazados.

Algunos retos que las ONG debieron sortear en la entrega de ayudas se relacionaban con la intolerancia frente a la diversidad cultural. En los campamentos de refugiados se presentaron réplicas de la crisis nacional, con conflictos entre grupos de distintas identidades culturales, donde fue difícil mantener la seguridad de las mujeres que seguían siendo acosadas. Al respecto, recuerda un proyecto exitoso que buscó generar cohesión social e integrar distintas poblaciones resaltando aspectos en común; así, las organizaciones consiguieron que los grupos se integraran pacíficamente, dando y recibiendo clases del idioma local, o en reparaciones a la mezquita para uso de todos, y donde las mujeres también generaron lazos de amistad.

Frente al trabajo de las ONG señaló algunas situaciones en que los mismos sistemas de ayuda de las organizaciones entorpecieron o limitaron su efectividad:

  • La falta de continuidad de algunos proyectos exitosos.
  • El informe de actividades de las ONG destacaba resultados cuantitativos y omitía información cualitativa (como logros en la cohesión social), lo que no reflejaba su verdadero alcance.
  • Adicionalmente, en ocasiones en lugar de dar un tratamiento equitativo a las personas desplazadas y a la población local, se daban prácticas en las que se establecían diferencias entre estos grupos, además de un trato privilegiado a los miembros de las organizaciones de ayuda y a personas del gobierno, lo que afectaba el éxito de las intervenciones.

Pese a estas dificultades, Carolina destaca proyectos de las ONG que se enfocaron en la recuperación de la dignidad de las víctimas, haciendo posible y promoviendo que ejercieran su capacidad de decidir en qué invertir el dinero de la ayuda, que se sintieran útiles, o que pudieran incluso quejarse de las mismas ayudas que recibían cuando lo estimaban necesario. Subraya también la importancia que se le dio al enfoque de “acción sin daño” que busca reducir el impacto negativo que una ayuda puede generar en la comunidad; y propuestas que le parecen altamente positivas, como la capacitación a las víctimas para resolver sus conflictos de manera creativa.

Similitudes, diferencias y retos para la construcción de paz en Colombia e Irak

En los dos casos los conflictos están relacionados con la explotación de recursos naturales como el oro y el petróleo, productos de comercio legal a diferencia del narcotráfico, y su explotación no se puede restringir para disminuir los conflictos que genera.

Aunque en ambos países los conflictos producen dificultades similares, como la falta de recursos y servicios, lugares de hospedaje, oportunidades de educación, hospitales, etc., el hecho de que en Irak se desplacen grandes masas humanas al mismo tiempo, hace que las regiones que los reciben estén sobresaturadas y la situación se torne más crítica.

Quizá la mayor diferencia entre los países se relaciona con la diversidad cultural. En Irak las diferencias religiosas y culturales están entre los principales motivos de conflicto que causan enfrentamientos y violencia. En Colombia, dice Carolina, no nos enfrentamos ni nos matamos por estos motivos. Adicionalmente, la variedad de idiomas en Irak dificulta la comunicación y la provisión de servicios como la educación, hospitales y oportunidades de trabajo para desplazados en zonas donde se habla otro idioma. En Colombia, aunque las poblaciones indígenas tienen sus propias lenguas, predomina el español. Por otra parte, en Irak la población tiene menos acceso a las drogas ilícitas, pero mayor acceso a las armas que en Colombia.

La situación de las mujeres en los dos conflictos también es diferente: aunque en ambos casos son víctimas de violencia sexual, en Colombia tienen más libertad para hablar de su propio cuerpo, y no tienen que dar tantas luchas como en Irak, donde viven bajo una intensa opresión masculina, tienen grandes restricciones en el uso de espacios públicos y en la expresión de su individualidad. Acerca de las diferencias culturales, al ejecutar un proyecto en que las mujeres podían aprender destrezas prácticas en espacios seguros y al mismo tiempo conocer sus derechos, Carolina se cuestionó si al promover el empoderamiento de las mujeres se incurría en expresiones de colonialismo occidental.

En cuanto a la comida, en Irak la producción se limita a la cercanía de los ríos donde hay tierras fértiles, y muchos productos son importados de Turquía, lo que aumenta el costo de los alimentos básicos. En Colombia existe mayor seguridad alimentaria gracias a la fertilidad de la tierra. Una curiosa similitud es que, igual que en Colombia, en Irak los partidos de fútbol son un factor unificador.