Colombia se transforma en silencio a la par con la FARC: hechos detrás de la polarización virtual promovida en las redes
Hoy, 1 de septiembre de 2017, la Fuerza Alternativa Revolucionaría del Común (FARC) hará su primer acto público en la Plaza de Bolívar. Algunos sectores quieren derrotarla en las urnas y otros no quieren verla ni en pintura. Esos son dos extremos que no permiten ver la transformación silenciosa que está viviendo la sociedad colombiana; un cambio, a través del cual, poco a poco se van desinstalando los dispositivos bélicos que heredamos de diferentes actores de esta larga guerra en nuestra cotidianidad.
El silencio de las armas no ha resuelto los dramáticos problemas del Chocó, pero ha contribuido a que empiece a florecer un sentir distinto frente a la posibilidad de moverse libremente en partes del territorio. Durante mi visita a Quibdó, hace una semana, escuche voces escépticas, “desactivar el conflicto implica desmantelar el Clan del Golfo, acabar la guerra con el ELN y fundamentalmente construir una economía solidaría que haga posible el buen vivir,” el acuerdo de paz no es suficiente, me dijeron. También voces optimistas, que ven el Programa de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET) y la Circunscripción Especial de Paz prevista para varios municipios del Chocó como una oportunidad para construir un nuevo futuro desde las comunidades. En cualquiera de los casos, nótese bien, el problema no es la FARC, como lo plantean algunos actores políticos desde Bogotá.
Pensé compartir esta experiencia con jóvenes en Pereira, el martes 29 de agosto. Estaba invitado a una conferencia para hablar de reconciliación. Sin embargo, al llegar al auditorio escuché la presentación de un coronel del ejército, explicando la Jurisdicción Especial para la Paz y la importancia del reconocimiento de responsabilidades por todas las partes involucradas directa o indirectamente en el conflicto armado de cara a garantizar la satisfacción de los derechos de las víctimas. Inmediatamente después, un integrante de la FARC, hizo una presentación sobre la importancia de la Reforma Rural Integral para resolver el problema de marginalidad que afecta a territorios como el Chocó y reflexionó al final sobre la importancia del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición. Mientras los escuchaba pensaba: “dos lecturas distintas de país (casi antagónicas) y hoy estos jóvenes son testigos de este nuevo país que empieza a nacer, en el cual la discrepancia es natural y productiva”.
Así abrí mi presentación: “jóvenes, ustedes están viviendo hoy el fruto de un acuerdo de paz, y podrán contarles a sus hijos que fueron testigos de los primeros encuentros entre adversarios que hoy apuestan por construir un mejor país compartiendo un acuerdo sobre lo fundamental a pesar de sus diferencias: el respeto por el otro”. Les dije que era la primera vez que compartía un escenario con un coronel retirado y con un comandante en proceso de reincorporación. Me sentí extraño, como si hubiera llegado a un nuevo puerto. Entendí que Colombia ya no es igual, ni será igual, porque en la mente de los jóvenes se está desactivando la guerra. Esta conferencia, que era una ocasión especial y memorable, se convertiría en práctica común al pasar del tiempo.
No imaginé que este tiempo ya había llegado. A pesar de que recorro el país haciendo pedagogía, no me había percatado que los espacios de encuentro hipotéticos de los que hablo cuando comparto reflexiones sobre la reconciliación están ocurriendo a lo largo y ancho de nuestras ciudades. Ayer, 31 de agosto, fui invitado a hablar en una universidad de Bogotá que se especializa en rehabilitación. Mi presentación debía ofrecer herramientas para entender la perspectiva de la construcción de paz. Me antecedieron una funcionaria del Ministerio de Salud y una asesora de la FARC en la Comisión de Seguimiento, Impulso y Verificación a la Implementación del Acuerdo de Paz (CSIVI). La funcionaria explicó como el Ministerio está transformándose para atender a las víctimas del conflicto armado; mientras que, la asesora de la CSIVI hizo una explicación transversal sobre el enfoque de salud como derecho contenido en los acuerdos. Entonces, debí cambiar mi presentación, e inicié diciendo emocionado, quizá en otras palabras que: “la construcción de paz no es ya una perspectiva, es una realidad en la que participan miles de colombianos y para la que se preparan nuevas generaciones, como ustedes queridos estudiantes que hoy están aquí”.
En medio de mis charlas en Quibdó, Pereira y Bogotá hicimos la Jornada Nacional por la Reconciliación y el Perdón. Más de 4000 colegios y 70 universidades se unieron para reflexionar y celebrar la reconciliación. En la Universidad Javeriana, la fuerza de la música se hizo sentir en un concierto en el que participaron María Mulata, Maite Holente y The Mills; el rock, la salsa y la cumbia mostraron la contribución que los artistas hoy están haciendo para que todos abramos el corazón.
En estos ocho días he hablado con muchos colombianos en múltiples espacios – en los taxis, los restaurantes, y los aeropuertos – y escucho el cambio como una ola que va creciendo. Algunos colombianos van a votar por la FARC, muchos no van a votar por ellos. Su legado no necesariamente se verá reflejado en un triunfo político. Su legado irá mucho más allá, será parte de nuestro fundamento nacional de poner la violencia más allá de cualquier justificación moral.
Hoy, mientras escucho la primera rueda de prensa de la FARC, pienso que: (1) la calidad del debate político va a mejorar; (2) el rencor se irá disipando poco a poco; (3) al saber el daño profundo que permitieron al ignorar la guerra muchos más colombianos sentirán vergüenza; y, quizá por eso, (4) las nuevas generaciones tendrán en su ADN incrustado el respeto por el otro y un ¡guerra nunca más!