Ya fueron cientos de miles

Autor: Camilo Villarreal Gaviria.

“Hay que cambiar los fusiles, ya fueron cientos de miles” .- César López

Cuando me llamó mi estimadisima amiga Valeria, miembro de otra movilización de menores de edad, a invitarme al acto final de dejación de armas en la Zona Veredal Manuela Páez en Mesetas, tuve varias dudas: el largo viaje por tierra, viajar con gente a quien no conozco, la duda respecto al generoso pero anónimo benefactor del bus… Pero fue ella misma quien me dió la razón que me convenció: esto es un momento histórico. Me acordé en ese momento del día, a los seis o siete años, en que salí a marchar por la liberación de los secuestrados que tenían las FARC. Me acordé del impacto que tuvo en mi la imagen de Ingrid Betancourt con su rosario en las selvas del sur de nuestro país. La imagen de las víctimas de El Salado y de Bojayá. Entonces me quedó claro que, dada la oportunidad, no había excusa válida para no ir a presenciar este momento trascendental del final de esta guerra.

 

Fueron siete horas en bus, y aquellos que viajaron conmigo pueden testificar que probablemente dormí cerca de ocho de esas horas. Había entre todos un aire extraño. La mayoría eran conocidos, mas no todos. Sin embargo, se respiraba un aire de hermandad, a pesar de que estábamos divididos en rígidos grupos de los diferentes movimientos. Los dos menores de edad del combo generalmente andábamos juntos.

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Llegamos algo tarde, lo cual era de esperarse tras haber salido dos horas después de lo previsto. Habíamos perdido el acto musical de César López con su escopetarra y el comienzo de las palabras del jefe de la Misión de la ONU, Jean Arnaud. Solo lo escuchamos, pues aún estábamos caminando hacia el lugar mientras él hablaba. Una de las grandes felicidades de este proceso siempre ha sido tener el completo apoyo de la primera organización que admiré y entendí: las Naciones Unidas. Hoy me sorprende profundamente ver cómo ciertos sectores de la sociedad ni siquiera confían en esta organización. Tras la entrega de diez certificados de desarme a miembros de la guerrilla, firmados personalmente por el Presidente y el Jefe de la Misión de la ONU, hicieron sus intervenciones las dos partes de la negociación.

Las declaraciones del Presidente de la República y del ahora ciudadano civil Rodrigo Londoño tuvieron un importante contraste. Empezó Timochenko. El público, mayormente compuesto por miembros de las FARC, ahora uniformados en jeans y camisetas con los dos lemas del momento: “Nuestra única arma la palabra” y “Paz con justicia social”, se encontraban en un estado de alegría completa. Comenzó con una frase que marcó indeleblemente el sentimiento general: “Ayer guerrilleros y guerrilleras, hoy militantes de la esperanza del pueblo”. Toda la intervención de Timochenko se centró en afirmar la voluntad de las FARC de cumplir el acuerdo, exigiendo el cumplimiento del gobierno también: cumplimiento en la aplicación de amnistías para cientos de guerrilleros que siguen presos, coreando la frase: “No estamos todos, faltan los presos” y con carteleras exigiendo su liberación. Respecto a la seguridad de líderes sociales y a los familiares de los ahora excombatientes, Londoño fue enfático al hacer notar el incumplimiento gubernamental, señalando como prueba de ello el estado de la Zona Veredal Manuela Páez, donde se desarrolló el acto.

“el Presidente no pronunció su discurso para los presentes sino para los ausentes”.

Por otro lado, el Presidente no pronunció su discurso para los presentes sino para los ausentes. De alguna manera, era su aceptación del triunfo contra la violencia que había antecedido el cumplimiento de su promesa de las elecciones de 2014. Ahí estaba la guerrilla dejando sus armas, terminando formalmente con más de cincuenta años de conflicto. Santos le entregó a Timochenko la obra de Alex Sastoque de un fusil convertido en pala, diciendo que este era el momento que consideraba adecuado para entregarle ese símbolo de paz, y habló con una profunda esperanza. Fue un discurso sobre la democracia y el disenso, y sobre la posibilidad de hacer política en este país sin armas. “Lo dije en La Habana hace un año, y lo repito aquí en Mesetas: no estoy, y seguramente nunca estaré, de acuerdo con ustedes, con el modelo político o económico [que ustedes proponen?], pero defenderé su derecho a expresar sus ideas dentro del régimen democrático, esa es la esencia de la libertad en un estado de derecho”.

Fue un poco chocante, también, ver una guerrillerada muy diferente a la que había conocido en la Zona Veredal Antonio Nariño de Icononzo. Me trataba de acercar a los diferentes grupos de guerrilleros que almorzaban para hacerles entrevistas, y ellos evitaban bruscamente la conversación, conducta que no cambió radicalmente cuando desistí de grabar los encuentros, pues entonces en vez de evadirme abiertamente, reducían la conversación a lo mínimo. Una suerte ligeramente diferente tuvo Valeria, quien es una excelente fotógrafa y pudo entablar un par de conversaciones a través de sus fotos. Reflexionando con varios de los viajeros, comentábamos que era un momento personal y emotivo para los guerrilleros, y este había sido invadido por tantos curiosos, por desconocidos, de quienes no tenían referencia. Se sentía algo de desconfianza hacia el gobierno. Tras haber dejado sus armas, se veían algo desprotegidos. Todo el mundo quería hablar con ellos, y ellos tenían miedo de tener que confiar su vida a quienes habían sido sus enemigos.

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La visita terminó siendo, para mi, y para una gran parte de mis compañeros, una buena oportunidad para ser parte de un momento histórico. Aunque no fue como la experiencia que muchos habíamos tenido en otras zonas veredales, es rara la ocasión en la que uno puede decir que vio terminar una guerra. Pero también es un recordatorio de lo que falta. Un recordatorio de que tenemos razones de celebrar, pero que aún falta camino; y es largo y retrechero. Falta pasar leyes en el Congreso esenciales para el proceso, como lo son la JEP y las Circunscripciones Especiales de Paz. Falta aplicar la Ley de Amnistía e Indulto, aprobada en diciembre. Igualmente, falta la entrega de armas de aquellos combatientes que estaban encargados de la seguridad de los campamentos, quienes las deberán entregar antes del 1 de agosto. También falta la entrega de las caletas y el armamento inestable, que debe ser entregado antes del 1 de septiembre. Aparte de esto, falta desarrollar la paz con el ELN. Y entonces estaremos volviendo a ver escenas similares pronto, espero.

Y así fue como, a ritmo de joropo, con fusiles convertidos en palas y escopetas, se terminó una guerra más. No me atrevería a decir que vivimos en paz, porque estaría abiertamente mintiendo. Pero desde el 27 de junio vivimos en un país más pacífico. La gran pregunta es: ¿cómo nos vamos a desarmar nosotros para vivir en un país en paz?

“Paloma blanca, evitalo por favor, y haz que disparen por cada bala una flor llena de paz, amor y pura fragancia.”- Reinaldo Armas