Jóvenes urbanos, delincuencia y postconflicto

Invitada: Elena Butti (Candidata a Doctorado, Universidad de Oxford)

Desayuno de paz No.6 de 2018

3 de marzo

El inicio del proyecto

Elena Butti es candidata al doctorado en estudios socio-legales en la Universidad de Oxford. Llegó a Colombia interesada en el tema de Jóvenes y proceso de paz, viajó por varias regiones: Chocó, Cauca y Antioquia, para elegir un sitio, vivir un tiempo allá y conocer bien las historias y las dinámicas de vida. Eligió San Carlos, Antioquia, por ser un centro de construcción de paz, con diversas organizaciones trabajado allí y también con historias de victimización por parte de varios actores armados y procesos de reconciliación importantes. Le interesó ver cómo se desarrollaban allá conceptos como reparación, reconciliación y paz. Vivió allí durante un año y se encontró con un grupo de jóvenes tildados por la gente como conflictivos, que no asisten a la escuela, con problemas de drogadicción, microtráfico. etc. y quiso investigar por qué se presenta esta situación con estos jóvenes. Después de su experiencia en San Carlos, Elena produjo el documental “Somos”.

¿Quiénes son los chicos?

Comenzó su investigación antropológica, se acercó a estos chicos y entendió que son jóvenes desencantados; se sienten marginados, excluidos y ellos y sus familias sufren una brutal marginación social que incluye, por supuesto, la marginación económica. Viven en lugares muy pobres, están en contacto con estratos más altos que tienen acceso a cosas que ellos no tienen, y entonces se agrega el tema de la desigualdad. Hay otros elementos culturales, como la limpieza social contra gente de la calle, drogadictos y gamines, cuyo foco es que hay personas que no deben existir en la sociedad. Esto crea unas identidades de exclusión muy fuerte en ellos. Estas dinámicas se perpetúan a través de la tecnología (redes). Se suma la dinámica de distinción entre niños buenos y niños malos, que incrementa en ellos la identidad “negativa”, reforzada también por la educación punitiva de la familia y de la escuela, cuando tuvieron acceso a ella. Todo ello conjuga una mezcla social y cultural que legitima la violencia como forma de expresión para lograr resultados y la inclinación a obedecer al más fuerte (al “duro”). Después de ser expulsados de la escuela, sienten que ya no pertenecen a ese mundo de las instituciones y que, por lo tanto, deben acercarse a otros “mundos”.

La paz: algo ajeno

Con respecto a la paz, nos cuenta Elena, estos jóvenes sienten que no les pertenece, porque su vida está hecha de violencia. Además, la ven como un proyecto del Estado, que no tiene nada que ver con ellos. Muchos confiesan que no les interesa la paz, sino la venganza por la muerte de sus familiares, como una ruta válida. Y no creen en sus resultados, puesto que ven que han disminuido los homicidios, pero los “duros” siguen actuando. Frente a los acuerdos de paz, estos chicos sienten que también son excluidos con relación  a las posibilidades de mejoramiento que pregonan estos acuerdos.

¿Qué esperar en el posconflicto?

En cuanto a los retos para el posconflicto, Elena señala que es difícil obtener buenos resultados si continúan las inmensas desigualdades y en este sentido es importante implementar cambios estructurales de índole económica, social y cultural. Es urgente una reforma educativa, pues el esquema actual, de un lado, induce a memorizar los conocimientos y, por otro lado, la relación profesor-alumno es muy jerárquica. Además hay que hacer más trabajo con la familia, con la cual nadie se quiere involucrar por considerarla de la esfera privada.

Sobre la legitimidad de estos jóvenes marginados en su contexto, Elena explica que los grupos armados, pandillas ligadas a las mal-llamadas bandas criminales (BACRIM), los reconocen cuando hay una ONG que implemente un proyecto en una escuela pública, por ejemplo, y la BACRIM lo autoriza. Se acepta el papel del Estado en la educación y en las actividades culturales, pero no se acepta la legitimidad del Estado en cuanto a seguridad y justicia; para resolver  problemas de autoridad, los jóvenes acuden a los “duros”, que son más efectivos, intervenciones que, inclusive, son legitimadas por la Policía.

¿Qué se puede hacer con estos jóvenes desde la sociedad civil?  

Elena sugiere que, como sociedad civil y como individuos, debemos ser conscientes de las categorías de lenguaje que usamos para hablar de ellos, por ejemplo, tratándolos de “viciosos”, término relacionado con “vicio”, algo negativo; categorías como ésta generan percepciones negativas sobre ellos, además de crear imaginarios de limpieza social. Podemos comenzar con pequeños cambios a través de nuevas prácticas de lenguaje más incluyentes, más respetuosas, para aceptar a personas diferentes.

Estas reflexiones de Elena conducen a pensar que el tránsito de la guerra a la paz, después del desarme de grupos como las FARC, conlleva procesos difíciles, como desactivar las pandillas urbanas. En segundo lugar, la violencia cultural es mucho más difícil de abordar; es una violencia estructural y de ahí la  importancia de mirar la familia y el colegio como lugares de diagnóstico e intervención para empezar a transformar la cultura cotidiana, como prácticas de transformación de una cultura de guerra a una cultura de paz.